Lo siento chicos, pero estoy dando mis primeros pasos en la animación, además es domingo y esto es un blog, no? Es lo que hay; peor sería que no publicara nada, no es cierto? Seguro que da Vinci también comía su poco de mierda, pero claro, en su época no había webs, blogs, gifs, atascos, ni animales en extinción; solo pluma de ganso, cámara oscura y palomas mensajeras. Los tweets tardaban semanas en llegar _si llegaban_, pese al aire puro, y los diarios de apuntes _que vendrían a ser lo más parecido a un blog artístico_, para cuando eran descubiertos ya habían pasado siglos, y así no se vale, porque los filtros del tiempo son a los digitales, lo que los diamantes al cristal de botella: cualquier garabato se ve genial si necesita restauración y el autor está hecho polvo, literalmente. Y encima sin tener que preocuparse por las estadísticas, ni por los comentarios anónimos. Ni siquiera tenían virus informáticos, galeristas, ni curadores; solo peste bubónica, salteadores de caminos y Médicis, y no hay comparación. El arte se hacía sin prisas, para la posteridad, y mientras más lagunas sobre la vida y obra del autor, mejor después; más morbo para el coleccionista y mayor margen de maniobra y presupuesto para los historiadores, peritos, restauradores, falsificadores y otros dores; mientras que ahora obramos para el hiperpresente, con un público que lo ve y lo sabe todo sobre nosotros, y al cual es difícil sorprender entre su creciente déficit de atención; sin esperanza de trascender más que unos años o décadas en la volátil memoria colectiva; más conscientes de la impermanencia de lo que Buda pudo vislumbrar jamás.
Ya quisiera yo ver al Buda tratando de iluminarse bajo el árbol, pero no en su tranquila época, sino ahora. Tratando de meditar con aviones pasando por encima y el prana que viaja en el aire, lleno de mierda. No es fácil dejar la mente en blanco cuando te has leído miles de libros y artículos y por tus ojos han pasado millones de anuncios publicitarios, porno, videoarte y propaganda religiosa y política. Eso sin contar la música, los ruidos y sonidos peores, como la salsa cristiana, el dúo Buena Fe o David Bisbal. Cosas horribles que se te meten por los orificios sensoriales sin que puedas evitarlo.
Qué fácil era vaciar el moropo en los tiempos del Buda, cuando el ritmo de la vida era el de una carreta tirada por bueyes viejos y soñolientos, y las habilidades físicas, como montar a caballo o cortar leña, eran más numerosas en el individuo medio que las intelectuales, que se limitaban al manejo del paquete de palabras básico, como bueno, malo, lejos, cerca, hola, caca, follar, matar, trabajo y sí, señor! Incluso los sabios y eminencias que habían podido estudiar y acceder a la sabiduría escrita de su tiempo, en conjunto no habían leído más que unas decenas de rollos de papiro o unos cientos de tablillas de arcilla _eso sí, ediciones de lujo, con tapas de piedra, la letra bien grande y unas ilustraciones sin nada que envidiar a los dibujos actuales hechos con el mouse de un laptop _, y los debates que pudieran tener con intelectuales de otras regiones y culturas a lo largo de sus vidas _de entre 30 y 50 años_ podían contarse con los dedos de las manos y en algunos casos también de los pies.
Ya quisiera yo ver al Buda ese tratando de iluminarse y de narrar su experiencia en un blog al mismo tiempo.
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Incurable Art series |
¡hAstA La viCToriA NuNcA!
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