martes, 17 de septiembre de 2013

MI OBrA BrILLA POr SU AUSeNCIA. giF arT y un largo teXto que verSa sobre histOria, arTe, vidA, truenoS y relámpagos....

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Cuando me inicié en el arte, en 1986, la situación del ámbito artístico cubano era muy diferente a la actual y radicalmente opuesta a la que encontré en Europa y Estados Unidos cuando marché al exilio unos pocos años después. Sin embargo, mi concepción de la creatividad organizada( arte ) ha variado muy poco desde entonces. Puede que al cambiar de mundo haya tenido que hacer algunos ajustes, pero la esencia se mantiene intacta: El arte como camino, no como profesión; el artista como hacedor, no como artesano; como guerrero, no como bufón. Los que sí han cambiado bastante, confiriendo a todo _también al arte_ una dimensión diferente, son los tiempos en que vivimos. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación( TIC ) están reanimando a las utopías latentes del pasado, como truenos que por fin alcanzan a sus relámpagos con décadas o siglos de retraso. Proyectos que antes solo podían existir como ideales empiezan a ser viables en los pasillos virtuales de la sociedad. Me explico:

Hasta esa fecha, el arte cubano era amateur, como el boxeo. Muy pocos artistas vivían exclusivamente de su obra y la mayoría tenía que ganarse la vida trabajando como fotógrafos, diseñadores, funcionarios de cultura, profesores de arte, etc, ya que la revolución, en sus inicios, había desmantelado el comercio del arte en la isla para luego reanudarlo tímidamente a principios de la década de los ochenta. Tampoco existían espacios artísticos independientes del estado, ni curadores, ni críticos y publicaciones especializados en arte.

Los artistas que le sirvieron de profesores a mi generación eran como los buenos católicos: tenían una fe aparente o relativa en la Revolución, en la Santísima Trinidad formada por Marx, Lenin y el Materialismo Dialéctico, y en su profeta Fidel Castro. Cumplían con sus principios y rituales, más por costumbre y miedo al infierno o al limbo comunistas que por la esperanza incierta de la victoria final del Hombre Nuevo y el advenimiento de la sociedad perfecta. Obraban por amor al arte y se conformaban con ver su trabajo colgado en las paredes de una galería oficial, su nombre impreso en el periódico y poder exponer de vez en cuando en el extranjero, para ver un poco de mundo, visitar museos y comprar libros, jeans y equipos de música. La mayoría regresaba de esos viajes, volvían a la seguridad de la jaula. Estaban domesticados.



Pero mi generación, la que se educó entre los años 70 y 90, aproximadamente, gracias a la amnesia histórica inducida por el sistema educativo y la propaganda política para tapar la lacra que los errores y horrores de la revolución iba dejando a su paso, logró llegar a la primera juventud sin conocer el miedo. Éramos bebés o espermatozoides cuando las UMAP( Unidades Militares de Ayuda a la Producción ), en los años 60; muy pequeños aún cuando el caso Padilla, en 1971; y todavía niños o apenas adolescentes cuando el éxodo del Mariel, en 1980; así que crecimos ajenos a las truculencias de las cacerías de brujas que castraron a nuestros padres y profesores.

Esa ausencia de miedo, basada en la inocencia histórica y política, en una eficiente formación marxista y artística, y en cierta estabilidad socioeconómica _debida al sostén de la Unión Soviética y de sus aliados de Europa del este_, propició un movimiento cultural que estalló a mediados de los años 80, en La Habana, protagonizado por un buen número de estudiantes de artes, entre los que me encontraba. El llamado fenómeno del arte cubano de los 80 se caracterizó por su postmodernidad, irreverencia y sarcasmo, pero también por un alto nivel ético, que se traducía en tendencia a las experiencias colectivas, más que a los proyectos individuales; a las exploraciones espirituales y existenciales; al acercamiento a la cultura, lenguajes y problemáticas populares; a la conceptualización y a la crítica sociopolítica. También obrábamos por amor al arte, pero en un grado de pureza e ingenuidad más elevado que el de nuestros antecesores.

Algunos opinábamos que la creación no debía someterse al gusto del mercado, ni a los intereses del poder y que, para convertirse en una verdadera herramienta de transformación social, el arte debía ser independiente, inteligente, experimental y polémico. Los más iconoclastas y radicales, como el grupo Artecalle, del que fui integrante, veíamos las galerías y museos como espacios simbólicos del arte decorativo y comercial _rezago de la cultura burguesa_ y preferíamos operar en espacios y eventos públicos, mediante graffitis, performances e intervenciones. Creíamos que ejercer la crítica contestataria de los fallos e incoherencias que encontrábamos en el sistema, era nuestro deber como artistas revolucionarios. A fin de cuentas, para eso nos habían preparado, aunque ignorábamos que nadie esperaba realmente que tomáramos al pie de la letra las lecciones. 

No tardamos mucho en descubrir que los fallos e incoherencias eran deliberados o como mínimo, conscientes y que nadie de la cúpula dirigente tenía el más mínimo interés en que las cosas cambiaran. La revolución era una farsa, como Santa Claus y la cigüeña de Paris y sus líderes eran caimanes disfrazados de barbudos. La censura cada vez más asfixiante y las primeras mordidas de la represión nos dejaron boquiabiertos y tras el desencanto se abrió paso a empujones el pánico. La mayor parte de los artistas de los 80 abandonamos la isla en los primeros años de la década siguiente.

Afuera, en la vida real, como llamábamos a los países capitalistas a los que fuimos a parar, no encontramos censura ni represión cultural, pero tampoco es que hiciera falta. Las leyes y tendencias del mercado artístico que tanto despreciábamos en Cuba, son las que rigen la supervivencia de la mayor parte de los artistas de occidente. También influyen los curadores, críticos, museos, universidades, fundaciones, becas, etc, pero la mayoría de esas personas e instituciones están vinculadas directa o indirectamente a las galerías, subastas, colecciones, deducciones fiscales, bolsas de valores e intereses políticos que controlan el mercado.



Casi siempre que el artista convierte su actividad creativa en su principal fuente de sustento _tanto en las naciones capitalistas como en las comunistas y en las teocráticas_, su obra se ve condicionada por los caprichos del mercado o de los poderes políticos o religiosos de los que depende. Gran parte de los artistas cubanos del éxodo de los 90 pasaron de la dependencia espartana y obligatoria del estado totalitario castrista, a la dependencia voluptuosa y voluntaria del mercado artístico de la sociedad de consumo. Muchos están tan preocupados por almacenar grano para el invierno que apenas les importa lo que ocurre fuera del terrario. Aunque de forma opuesta a sus maestros, ellos también están domesticados. 

La diferencia que existe entre la obra de un artista independiente y la obra de un artista dependiente es como la que existe entre la fruta fresca y el zumo de frutas industrial. La obra dependiente tiene que estar debidamente clasificada por técnicas y materiales, etiquetada en determinada tendencia, poseer un estilo( marca ) propio _para que los consumidores puedan identificar claramente a su autor_ y un formato adecuado a los estándares del mercado. Además, deberá cuidar su contenido y acabado formal para cumplir con las exigencias de los expertos y resultar más atractiva para el público en general. Todos estos elementos, al igual que los conservantes, aditivos y condimentos que lleva el zumo de frutas industrial, disminuyen considerablemente el grado de pureza artística de la obra dependiente. Eso sin contar los elementos espirituales o subjetivos que influyen en la creación, pues ya me dirá usted qué porcentaje de arte puro contiene una pieza que fue realizada siguiendo las sugerencias del comprador o pensando en el alquiler del apartamento que podrá pagar si la vende.

La simbiosis entre el artista y el público consumidor es el resultado de la deformación _como los pies vendados de las mujeres chinas_ del fenómeno creativo en la que se basa la industria del arte que se anuncia como cultura. Y para evitar que los individuos creativos sospechen que el arte pueda ser algo más que pequeños pies decorativos e incapaces de correr y empiecen a quitarse las vendas _como sucedió con el arte efímero y conceptual o de ideas, posterior a la Segunda Guerra Mundial y con la música rock y punk de las décadas de los 60 y 70_, la enseñanza y la propia industria de la cultura se encargan de inculcar insistentemente, como si de una inmutable ley de la naturaleza se tratase, que el arte es, ante todo, comunicación y que, por tanto, si la actividad creativa no está concebida para el público, reconocida como arte por los expertos que lo representan( al público ) y las instituciones culturales y valorada por el mercado, entonces no es arte. 

Y posiblemente usted piense que es así, que de qué otro modo podría ser sino, pero la verdad es que esa imagen es una desvirtuación bastante grave de la realidad, pues el artista no necesita al público para crear, mientras que el público sin arte que percibir no es público, solo gente primitiva. Que la mayoría de las personas no pueda experimentar la creatividad y necesite productos artísticos para verificar su existencia, no quiere decir que el arte no pueda existir sin el público, sino todo lo contrario. En un país de ciegos, el tuerto no sería rey, sino un artista incomprendido. Nadie más que el artista sabe a ciencia cierta lo que es arte.

Es importante que el artista comunique _siempre y cuando tenga algo válido que aportar_, pero no es imprescindible. La obsesión compulsiva que padece el arte contemporáneo por comunicar o más bien por producir y exhibir en constante competencia por el éxito, como si a los artistas les fuera en ello la vida o el sentido de la misma, es una distracción y perversión del principal objetivo del arte _que es la evolución y contagio de la creatividad como percepción y actitud de y hacia la existencia_, que, paradójicamente, apenas deja tiempo para crear; un efecto secundario del ego del artista que es explotado sin misericordia por diversos intereses, a través de la industria del arte, para mantener el control sobre la cultura, que es la consciencia colectiva de la sociedad. 

Lo más importante del arte no es la estética _para eso están el diseño, la moda, las artes decorativas y la artesanía_, sino la evolución del ser humano a través de la experiencia creativa, la exploración de nuevos modos de interactuar con la realidad y de extender los horizontes del ser. La obra _o su ausencia_ es el reflejo de esa evolución, el rastro que va dejando el explorador para los que vienen detrás; el camino del artista autofloreciente.




Pero volviendo a la vida real: cuando a finales de 1991 comencé mi periplo de emigrante por varias ciudades de España y Estados Unidos, me enfrenté a la problemática de la subsistencia y opté por seguir el camino más arduo del arte independiente. No es que me negara a exponer o a vender mi obra. Si me parecía bien, exponía cuando me invitaban y vendía cuando me hacían una oferta, pero no dejaba que el mercado influyera en mi obra. No seguía las reglas; no buscaba un estilo que me identificara, ni trabajaba en formatos comerciales, ni cuidaba la calidad artesanal, ni se lo ponía fácil al espectador usando ideas y contenidos simples y agradables. Tampoco mantenía una continuidad visible a simple vista, ya que siempre me ha importado más la exploración y la actitud, que la producción objetual y a veces pasaba años enteros aparentemente desligado de la actividad artística, mientras me sumergía de lleno en investigaciones y experimentaciones _o en sublimes placeres y en terribles equivocaciones_, de las cuales no daba cuentas a nadie. Incluso dejé de actualizar mi curriculum vitae; en algún momento de los años 2000 perdí el cd donde lo guardaba y me sentí tan liberado que nunca más he intentado rehacerlo.

De más está decir que gracias a esa actitud _a la cual considero parte fundamental de mi discurso artístico_ jamás he podido vivir de mi obra. Más bien ha sido al revés, he vivido para ella. Trabajé de vendedor de enciclopedias, de friegaplatos, pinche de cocina, camarero, vigilante nocturno de un hotel, impresor serigráfico, director de un taller de serigrafía y propietario de un taller de serigrafía y litografía, mientras la montaña de libretas de apuntes crecía, en espera de un tiempo en que los proyectos utópicos pudieran ser algo más que ideales. De ese modo he financiado todo lo que he hecho, sin tener que volver a preocuparme por la censura de un gobierno, las leyes del mercado, las opiniones de los especialistas, ni los gustos de los mecenas. Pero no es fácil. Están las tentaciones, dudas, tropiezos y callejones oscuros y algunas veces he perdido el rumbo y he estado a punto de mandarlo todo hacia cierto órgano masculino y regresar a casa. Por suerte, en su momento había tenido el cuidado _o el alarde_ de quemar mis naves.

La teoría de los seis grados de separación( Frigyes Karinthy, 1929 ), según la cual toda la gente del planeta está conectada a través de no más de seis personas, ha tenido que aguardar casi ochenta años para convertirse en un hecho evidente y cotidiano en Internet. En la última década, gracias las nuevas TIC y a las redes sociales, se ha ido formando un espacio virtual donde millones de personas interactúan alrededor del mundo. Publicar y exponer textos e imágenes, algo que durante cientos de años fue coto privado de ricos y poderosos y de artistas e intelectuales reconocidos, es hoy un derecho popular, como leer y escribir, en el mundo intangible, pero tremendamente influyente, de la red. Un derecho y una realidad que están removiendo los cimientos de la educación, como vehículo del conocimiento; de la prensa y demás medios, como dosificadores de la información; y de la cultura, como administrador de la creatividad y de la expresión de las personas.

Ante la imposibilidad de "cambiar al mundo", la sociedad ha tejido un universo paralelo donde refugiarse de la apocalíptica realidad física y jugar a ser libres dentro de una maqueta virtual de la anarquía que poco a poco va superponiéndose al "mundo real", como una serpiente mudando la piel. La especie humana se está adaptando y cambiando, genética y tecnológicamente, para salvarse y evolucionar. Al menos, en lo que concierne al arte, la utopía ya es un hecho audiovisual e incluso tridimensional. Así pues, he llegado de una vez a mi verdadero espacio-tiempo _aquí-dentro-ahora_; el ideal soñado de cultura libertaria, que se transforma en realidad desde la red, como un trueno que por fin alcanza a su relámpago, casi treinta años después de anunciar con su brillo la tormenta de cambios que se avecinaba.

Actualmente me gano la vida jugando al póker Texas hold'em online durante un par de horas al día y así tengo más tiempo para dedicarme al juego del arte. Ahora, en vez de anotar ideas en libretas, las realizo y comparto directamente en la red. Echo mano de recursos de distintos ámbitos, como la literatura, el ensayo, el periodismo, la publicidad o el activismo y los mezclo con herramientas artísticas más tradicionales, como el dibujo, la fotografía y el video y con otras propias de Internet, como los memes, gifs, glitters, tweets, etc, sin que yo mismo logre imaginar un término que pueda significar o abarcar todo el conjunto. Ni falta que hace. Puedo aprender, crear y comunicar _cuando tengo algo que aportar_ con casi total libertad( la libertad 100% pura es imposible en cualquier tipo de sociedad, aunque esta sea virtual ) y sin necesidad de grandes gastos, intermediarios, paredes ni muros, desde casi cualquier lugar del mundo.

Cuba es una de las excepciones. Allí el reloj se ha detenido en algún instante de finales del siglo pasado y conectarse a Internet es un lujo escaso e insuficiente, como la mantequilla en Londres, bajo los bombardeos de los aviones nazis en la Segunda Guerra Mundial. Cuando viajo a La Habana, lo hago también en el tiempo, y vuelvo a sentirme incomunicado entre paredes y muros ruinosos. Pero no desespero; tarde o temprano, a todo relámpago le llega su trueno. 


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continuará...











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